2018: el año de las negociaciones colectivas
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Ignacio Arteaga
Todo indica que este será el año de las negociaciones colectivas en Chile. Para calibrar la magnitud de este desafío basta con señalar que hay 33 procesos agendados sólo para la gran minería, más del doble que el año anterior. Y en el retail, cinco grandes tiendas negociarán colectivamente, involucrando en ello a más de 20 mil trabajadores. Esto es importante porque en abril pasado entró en vigencia la reforma laboral, y la principal aprensión que hubo en su momento fue que ella se basaba en dinámicas de conflicto. Pero nosotros sabemos que con esfuerzo se puede superar esa lógica destructiva.
En una negociación siempre hay cierta oposición, pero no necesariamente debe haber conflicto. Ese detalle es clave, ya que no se puede asumir este desafío bajo el esquema mental sesentero del conflicto y la lucha, como si el mundo no hubiera cambiado y aprendido algo desde entonces. El sólo hecho de hablar de “bono por término de conflicto” grafica lo internalizada que está esta lógica negativa. Si un asunto entra en nuestra mente con la etiqueta de “conflicto”, entonces uno se pone a la defensiva, se atrinchera, no dialoga, y fija posiciones que, por lo mismo, pasan a ser irreconciliables. Lo que podría haber sido un espacio de construcción de confianzas termina en un conflicto que destruye valor.
Es necesario que ambas partes de la negociación partan con una mentalidad dialogante, constructiva, una mirada amplia, de largo plazo y trascendente, buscando espacios e intereses comunes. El éxito del proceso negociador es responsabilidad de cada uno de ellos y llevado a buen puerto permite crear valor compartido.
A pesar de los incentivos al conflicto que puedan existir en una negociación colectiva, hay una realidad que es común a los empleadores y a los sindicatos: la empresa. De ella emanan los derechos, obligaciones y responsabilidades de los involucrados en el proceso. Todos dependen de ella y tienen obligación de cuidarla. La empresa es un bien que va más allá de los intereses pasajeros e inmediatos de los involucrados en la negociación -como podría ser el bono por término de conflicto para comprar el último plasma–. Los negociadores deben recordar que la empresa existe y se justifica en el hecho de estar al servicio del bien común de la sociedad y, por lo tanto, nos fija a todos
–empleador y sindicatos– límites claros en el actuar. No es legítimo negociar a costa de transgredir ese bien común pidiendo más de lo que es justo pedir o dando menos de lo que es justo dar. Lo central es saber resolver esta tensión, armonizando, jerarquizando y compatibilizando esos intereses en base a la virtud de la justicia.
También es necesario reconocer que las dos partes en cuestión no representan a todos los intereses involucrados en una empresa ya que en ella confluyen también los legítimos intereses de los clientes, los proveedores, el medioambiente y de la comunidad. Intereses que en justicia también debemos cuidar y, por ende, no afectar con el proceso de negociación colectiva.
La negociación colectiva es una forma de diálogo; una más dentro de los muchos tipos de diálogo y comunicación permanente que deben existir en una empresa. De eso se trata la negociación colectiva: diálogo para encontrar el sentido de justicia que permita armonizar todos los intereses legítimos que, a ratos, puedan parecer incompatibles. Hay que vencer la tentación de pretender ganarlo todo, rápido, aquí y ahora, sin ceder, ya que eso termina perjudicando la propia posición, a la empresa y al bien común.
Para facilitar el encuentro y evitar el conflicto también es necesario comprender que las personas representadas en la mesa de negociación tienen dignidad, son un fin y no un medio. Para el empleador, los trabajadores son un regalo del que debemos estar agradecidos; y al revés, igual. Y todos, empleadores y trabajadores, debemos estar siempre al servicio de la sociedad.